La rotura del tendón de Aquiles es una lesión que afecta al tendón más grande del cuerpo humano, encargado de conectar los músculos de la pantorrilla con el hueso del talón. Este tendón juega un papel crucial en actividades cotidianas como caminar, correr, saltar y ponerse de puntillas.
Cuando se produce una rotura, el tendón se desgarra parcial o totalmente, lo que genera dolor intenso y una pérdida inmediata de función en la pierna afectada. Este tipo de lesión es común entre personas que realizan deportes de alta intensidad, pero también puede ocurrir en actividades cotidianas, especialmente si existe una debilitación previa del tendón.
Deportes como el baloncesto, el tenis y el fútbol que implican movimientos bruscos y cambios rápidos de dirección son causas frecuentes de esta lesión. Los movimientos explosivos y la aceleración rápida aumentan significativamente la tensión en el tendón. Esto ocurre porque estas actividades requieren esfuerzos máximos del tendón en periodos de tiempo muy cortos, generando un desgaste progresivo o una rotura repentina.
Factores como el envejecimiento, el uso prolongado de ciertos medicamentos (como los corticoides o antibióticos quinolonas) y enfermedades crónicas (diabetes, artritis) pueden debilitar el tendón y predisponerlo a una lesión. A medida que el tendón pierde elasticidad, se vuelve menos capaz de soportar la tensión.
Esfuerzos repetitivos en el tendón, especialmente si no se realizan calentamientos adecuados, aumentan el riesgo de rotura. La sobrecarga se produce también por entrenamientos excesivos sin descanso, que no permiten que el tejido se recupere correctamente.
Un salto mal ejecutado o una carrera repentina pueden causar una tensión excesiva en el tendón, provocando su rotura. Estos movimientos suelen ser impredecibles y ocurren en momentos de máxima exigencia.
La falta de hidratación o de nutrientes esenciales como colágeno y vitamina C puede debilitar los tejidos conectivos, incluido el tendón de Aquiles. Los tejidos deshidratados pierden flexibilidad, haciéndolos más propensos a lesiones.
Problemas como pie plano o pronación excesiva pueden aumentar la carga sobre el tendón. Si estas condiciones no se corrigen con plantillas o fisioterapia, el tendón sufre un desgaste acumulativo que aumenta la posibilidad de rotura.
Generalmente en la parte posterior del tobillo o la pantorrilla, con sensación de haber recibido un golpe fuerte. Este dolor suele ser incapacitante y puede irradiar hacia el pie o la pierna. La intensidad del dolor depende de si la rotura es parcial o total.
Es común que el paciente no pueda apoyar el pie afectado o realizar movimientos como ponerse de puntillas. La movilidad se reduce de forma considerable, afectando actividades básicas como subir escaleras o conducir.
La zona afectada se hincha rápidamente y puede aparecer decoloración debido al sangrado interno. Estos signos son visibles pocas horas después de la lesión y pueden extenderse hacia la pantorrilla o el pie.
Muchas personas describen haber sentido o escuchado un «chasquido» en el momento de la lesión. Este ruido es característico y está asociado con el desgarramiento del tejido. Es un indicio claro de que se ha producido una rotura significativa.
En casos de rotura parcial, los síntomas pueden ser más sutiles, con molestias que se agravan al realizar actividades específicas. La consulta médica temprana es clave para evitar complicaciones mayores.
Durante la consulta, el médico revisará los síntomas y realizará pruebas como el «test de Thompson», donde se comprueba si el pie se mueve al apretar la pantorrilla. Si el pie no responde al movimiento, es un indicio claro de rotura.
Las ecografías y resonancias magnéticas son útiles para confirmar el desgarro y evaluar la gravedad de la lesión. Las radiografías pueden descartarse si no hay sospecha de fractura.
Factores como lesiones previas, medicación o enfermedades crónicas también ayudan al diagnóstico.
Evaluar el rango de movimiento y la fuerza de los músculos de la pantorrilla para determinar el impacto de la lesión.
Este procedimiento consiste en reparar el tendón mediante suturas. Es recomendado en pacientes activos o deportistas que desean recuperar completamente la función del tendón. Las ventajas incluyen un menor riesgo de recidivas y un tiempo de recuperación más rápido. Además, los avances en cirugía mínimamente invasiva han reducido significativamente los tiempos de hospitalización y las complicaciones posoperatorias.
Incluye el uso de inmovilizadores como botas ortopédicas y terapias de rehabilitación. Es ideal para pacientes mayores o aquellos con un estilo de vida menos activo. Aunque el riesgo de recurrencia puede ser ligeramente mayor, es menos invasivo y evita los riesgos asociados con la cirugía.
Los estiramientos suaves son el primer paso fundamental en la recuperación del tendón de Aquiles. Estos ejercicios no solo alivian la rigidez, sino que también mejoran el rango de movimiento, permitiendo que el tendón y los músculos circundantes recuperen su elasticidad.
El fortalecimiento del tendón de Aquiles y los músculos circundantes, como los de la pantorrilla (gastrocnemio y sóleo), es crucial para garantizar una recuperación sostenible y prevenir futuras lesiones.
Los ejercicios de equilibrio son esenciales para fortalecer los músculos estabilizadores y mejorar la propiocepción, es decir, la capacidad del cuerpo para percibir su posición en el espacio. Esto reduce el riesgo de recaídas o nuevas lesiones.
La recuperación tras una rotura del tendón de Aquiles varía según el tratamiento aplicado y la dedicación al programa de rehabilitación. En general:
La mayoría de los pacientes puede volver a sus actividades normales en aproximadamente 4 a 6 meses, aunque para deportistas puede tardar hasta 9 meses.
El tiempo de recuperación suele extenderse a entre 6 y 12 meses debido a la mayor dependencia de la regeneración natural del tendón.
La recuperación completa depende de factores como la edad, el estado físico previo y la adhesión a las recomendaciones médicas y de fisioterapia.
Adoptar hábitos saludables y prestar atención a la preparación física puede reducir significativamente el riesgo de sufrir una rotura. Algunas recomendaciones importantes incluyen:
Realizar un calentamiento adecuado antes de cualquier actividad física es crucial. Esto incluye ejercicios como trote suave, movimientos articulares y activación muscular que preparen el tendón y los músculos para el esfuerzo.
Incorporar estiramientos específicos en la rutina diaria ayuda a mantener la elasticidad del tendón. Ejercicios como el estiramiento de pantorrillas y el estiramiento excéntrico del tendón de Aquiles son altamente recomendados.
Trabajar los músculos de la pantorrilla, como el gastrocnemio y el sóleo, reduce la carga que recae sobre el tendón. Ejercicios como elevaciones de talones y trabajo con bandas elásticas son excelentes opciones.
Elegir un calzado que ofrezca soporte y absorba impactos es esencial, especialmente para actividades de alto impacto. El calzado correcto puede reducir significativamente la tensión en el tendón de Aquiles.
Evitar el sobreentrenamiento es fundamental. Alternar días de actividad intensa con jornadas de descanso permite que el tendón y los músculos asociados se recuperen de manera adecuada, reduciendo el riesgo de lesiones.
La recuperación puede variar según el tratamiento aplicado. Para quienes optan por una cirugía, el tiempo promedio para retomar actividades es de 6 meses, mientras que el tratamiento conservador puede requerir entre 9 y 12 meses. Es importante destacar que el cumplimiento del plan de rehabilitación es fundamental para evitar recaídas.
Sí, la prevención incluye una combinación de ejercicios de fortalecimiento y flexibilidad, uso de calzado adecuado, y una hidratación y nutrición equilibrada. También se recomienda evitar el sobreentrenamiento y realizar calentamientos antes de actividades físicas intensas.
Los deportistas pueden experimentar una interrupción prolongada en su carrera debido al tiempo necesario para la recuperación. Sin embargo, con una rehabilitación adecuada y tratamientos avanzados, muchos logran regresar al mismo nivel competitivo.
No tratar una rotura puede llevar a complicaciones como debilidad crónica, deformidades en el pie y una reducción significativa de la movilidad. Además, el dolor puede volverse persistente, afectando la calidad de vida.
La fisioterapia comienza después de la fase inicial de inmovilización y es esencial para recuperar la fuerza, el rango de movimiento y prevenir futuras lesiones.
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